28/6/07

CARTAS DE JULIO A DORITA

Querida Dorita,

El Viejo Topo anda estos días dándonos la lata con su Balzac. Un nuevo amor, uno de esos arrumacos por lo general efímeros que le aprietan los zapatos. Vieras al Miqui sacando espumarajos cada vez que le cita una de esas sentencias tan sentenciosas de Monsieur de Balzac.
A mí, el don Honoré no me acaba de agitar el espíritu, pero reconozco en él uno de esos gigantes decimonónicos que basaban su obra en su absoluta e impenetrable convicción en las propias fuerzas y talentos –en los suyos y en los de la novela como género-. Desde los gigantes menores –nada pequeños en términos absolutos- de un Verne, un Dickens, un Stevenson, a los mayores –un Tolstoi, un Dostoievski, una Austen, un Balzac, Flaubert, Zola, Clarín, Galdós, James...-, todos se asientan en el olimpo de los dioses de la Gran Literatura indiscutible, poderosa y firme como un castillo imperial. Habrían de llegar un Conrad, epígono ilustre y ya crepuscular, un Kafka, una mente sembrada en la duda y sembradora de sombras, un Joyce, una conspicua mente exploradora, un Faulkner, un barroco apresador de intangibles, un Borges, un retorcedor de las lógicas formales, para horadar un castillo tan impresionante.
Pero, claro, a Miqui los castillos le traen al pairo, si no es como objetivo de sus zapas terroristas. Los hegelianos están condenados a no reconocer al enemigo que los justifica y sin los cuales no se reconocerían a ellos mismos. Andan prisioneros de sus mismos parámetros, sin saber que para trascenderlos hay que abrazar las dudas, las sombras, los crepúsculos, los sueños, las especulaciones informes, asomarse en definitiva a esa realidad que se nos pega a la cara y sin embargo cómo ver, como dijo mi tocayo Cortázar.
Sin duda –con toda duda- no con las solas armas de los balzaquianos. Con su potente prepotente penetración en el alma humana. Pero con más.


Tu Julio

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