Te hablo desde Argentina, desde Buenos Aires, con lecturas de mi (nuestro) Julio Cortázar, al que siempre queremos tanto, al que siempre hay que regresar, al que siempre regresamos. Los papeles inesperados que aparecen ahora en forma de libro, sacados por Aurora Bernárdez de una desvencijada cómoda, han llenado mis verpertinas porteñas.
Julio y su desapego a lo Argentino para ser tan argentino, al cabo, para ser tan latinoamericano. Recién el día de la bandera, esa explosión de tanto argentinismo, me envolvía a la par que yo daba en sus textos con su militancia antinacionalista, sus respuestas públicas a quienes le recriminaron el no regresar a Argentina (en su descargo, el de ellos, eso era antes de Videla y sus adláteres), a quienes le injuriaron por nacionalizarse francés (en descargo de nadie). No se fue, antes del golpe, porque no le daba la gana, decia en respuestas a unos chicos argentinos que pasaron fugazmente a verle por París. ¿Y qué mejor razón, digo yo, acomodado en un rincón de Belgrano?

Y se desembaraza también de la polémica sobre lo autóctono, aludiendo en el mismo texto a una pregunta que le hicieron en su Cuba (a la que tanto defiende en otros artículos publicados en el mismo libro). Dice Julio que ser autóctono, en el fondo, es escribir una obra que el pueblo reconozca, elija y acepte como suya, aunque en sus páginas no siempre se hable de ese pueblo ni de sus tradciones. Y he aquí su soberbia conclusión: Lo autóctono está antes o por debajo de las identificaciones locales y nacionales; no es una exigencia previa, un módulo al que ajustarse nuestras literaturas. Cortázar, pues, ante quien pueda agitarle una bandera de antiautóctono, maneja el término y lo resitua en su profundo y fecundo sentido. El que tantas páginas memorables le hizo parir a golpes de pensamiento y ensimismamiento, o, tal vez, acaso solo de desimismamiento.
Convinamos, querida, en que él no se consideraba un exilado. Pero ché, qué contarte, es tan lindo estar ahora en Belgrano, o allá en el Tigre, husmeando en el río manso las huellas de ese "Relato con fondo de agua" que el mismo libro me revela ahora con su bellísimo horror de logradísmo cuento de terror.
Un abrazo,
Tu Julio
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